Partidos políticos

Para que las formas deliberativas de toma de decisión ganen terreno en las democracias representativas -tal y como se propone y defiende en esta guía- y para que las políticas públicas resultantes sean asumidas y promovidas por los representantes electos, con frecuencia resulta necesario que los partidos políticos participen en el diálogo. En particular, deberían desempeñar un papel destacado a la hora de redactar las políticas propiamente dichas, asegurándose de que éstas reflejan una pluralidad de puntos de vista y, al mismo tiempo, se ajusten a criterios políticos clave como la constitucionalidad, las normas jurídicas, el interés nacional, los estándares internacionales, etc. Sin embargo, esta clase de implicacióon rara vez es posible, sobre todo en contextos polarizados y en gran medida debido al sentimiento de rivalidad infundido por la dinámica de competencia electoral.

El trabajo con los partidos políticos en los procesos de diálogo plantea una serie de dilemas a los anfitriones del diálogo. En primer lugar está la cuestión de la selección, que tiene una serie de implicaciones bastante delicadas. Dar con el equilibrio adecuado a la hora de decidir quién debe y quién no debe estar en la mesa es una decisión arriesgada que podría comprometer la imparcialidad del anfitrión del diálogo, por lo que la participación debe estar abierta a todos los actores políticos dispuestos a cooperar en un tema determinado. Por una serie de razones, esta disposición a cooperar suele ser más difícil de encontrar en los actores más grandes e influyentes del espectro político (que van más allá de los partidos principales para incluir también a los movimientos políticos), así como a aquellos otros partidos con representación parlamentaria que, en algún momento de un futuro cercano, podrían participar en posibles gobiernos de coalición.

En segundo lugar, y nos guste o no, entre los partidos políticos la desconfianza parece ser la norma, ya sea por los conocidos "juegos de poder" intrínsecos a la competición electoral, o simplemente porque los partidos son las entidades donde se manifiestan las grandes divisiones sociales (religión, región, etnia). Además, esta desconfianza suele extenderse a muchos de los demás grupos de interés implicados, sobre todo debido a esos mismos dilemas ya mencionados.

El papel del anfitrión del diálogo es, pues, crucial a la hora de evitar que cualquier antagonismo pueda afectar al carácter deliberativo del proceso de diálogo. Para ello, el facilitador del diálogo no sólo debe ser percibido por las partes como imparcial, sino que también debe estar muy atento a los temas que no deben tocarse por su carácter políticamente sensible. Además, antes de involucrar a cualquier parte el facilitador debe tantear el terreno mediante reuniones bilaterales, informando previamente a los contactos para ganarse su confianza, pero también para evaluar su compromiso con los principios participativos e inclusivos que deben informar el proceso de diálogo. Aunque este consejo también es válido cuando se trata de otro tipo de partes implicadas, resulta especialmente importante asegurar a los representantes de los partidos políticos que las cosas que digan y hagan en el marco del diálogo no serán utilizadas en su contra en el ámbito político. Para dificultar aún más las cosas, el anfitrión del diálogo debe animar a los partidos a que se apropien del proceso de diálogo, pero sin permitirles que lo secuestren; un riesgo siempre presente, pero más agudo en periodo preelectoral.

En definitiva, lo más importante es tener en cuenta que tanto en las democracias parlamentarias como en las presidenciales, la sostenibilidad de cualquier acuerdo sobre la reforma y su posterior aplicación dependerá en gran medida del compromiso de los partidos políticos. Y no es probable que este hecho cambie, les guste o no a las organizaciones de la sociedad civil.

Last updated

Logo