Facilitar las sesiones de diálogo

Dada la importancia de la confianza en la generación del consenso, así como en la construcción de puentes o la creación de vínculos entre las partes implicadas que forman parte de la red de política pública, es muy probable que el anfitrión del diálogo INSPIRED tenga que hacer uso de una amplia gama de técnicas de facilitación para engrasar las ruedas del proceso de diálogo y superar los conflictos que puedan surgir en el camino. La mayoría de estas técnicas de facilitación pertenecen a la familia de la Investigación-Acción Participativa, un enfoque práctico que reconoce y valora otras formas de conocimiento además del tipo de evidencia empírica oficial –y más bien técnica– que suelen tomar como referencia los actores públicos. Este reconocimiento suele tener un efecto de empoderamiento entre las partes implicadas más débiles, y también puede ampliar la perspectiva de los funcionarios públicos a través de la adopción de otros conocimientos cualitativos que a menudo son ignorados por los datos/estadísticas oficiales.

Casi por definición, un proceso de diálogo saca a los participantes de su zona de confort, ya que les obliga a ponerse en el lugar del otro y a darse cuenta de las dificultades que los demás encuentran en sus propios ámbitos de trabajo. Como resultado, un proceso ya de por sí humano se ve, para bien o para mal, aún más afectado por las dinámica interpersonales, lo que significa que el anfitrión del diálogo tendrá que tomar en consideración las actitudes, los prejuicios y los miedos de las personas que participan en el diálogo. Unas expectativas demasiado elevadas pueden provocar frustración y decepción, mientras que la conciencia de la interdependencia puede hacer que los demás se aparten del esfuerzo colectivo y traten de recuperar la autonomía aislándose de vuelta. Para complicar aún más las cosas, las actitudes humanas vienen a menudo marcadas por cuestiones de estatus y la frontera entre los intereses personales y los institucionales suele resultar bastante difusa.

Estas complejidades ponen de manifiesto la razón por la que el anfitrión del diálogo debe ser siempre local. Para empezar, los participantes necesitan expresarse en su propia lengua para que el diálogo tenga sentido. Además, los extranjeros difícilmente pueden captar los numerosos matices culturales y códigos sociales que entran en juego, así como el complejo entramado de matices y relaciones que cualquier local capta de inmediato pero que, con toda probabilidad, se le escaparán a un recién llegado. Y lo que es más importante, los actores locales rara vez desarrollarán una verdadera apropiación del proceso de diálogo y sus resultados si lo dirige o facilita una organización internacional, con la excepción de aquellos casos en los que el personal también es local y las partes implicadas sienten que están dialogando con compatriotas.

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